Texto: Enrique Sancho/ Fotos: Carmen Cespedosa
La historia habla de Fez como la ciudad más antigua de Marruecos, tres veces capital, imperial, centro espiritual e intelectual del reino, culta, artesana, mística… La leyenda, las leyendas, cuentan historias de magos y princesas, de duendes y héroes… Y, claro, uno tiende a quedarse con las leyendas, sobre todo porque Fez parece hacer realidad todos los escenarios que imaginó Sherezade en sus mil y una noches de insomnio. Aquí están los fabricantes de elixires para el mal de amores (y los que alaban la llamada ‘viagra del desierto’), aquí se muestran los maestros con saberes milenarios, los faquires, los adivinos, los aguadores, los vendedores de alfombras, alguna de ellas dispuesta a volar…
Este gran laberinto cuyo trazado no ha cambiado en casi un milenio proporciona una inmersión en un mundo medieval de plazas ocultas, enormes puertas tachonadas y zocos coloristas. Hay que alzar la vista para maravillarse con escayolas, artesonados de cedro y caligrafía árabe y, a nuestros pies, mosaicos que parecen hechos con piedras preciosas. En este escenario de las mil y una noches, FEPET (Federación Española de Periodistas de Turismo) acaba de celebrar su Congreso Internacional.
Pero aunque Fez pueda ser el reino de la fantasía, es también una ciudad con historia, la de más historia en el norte de África. Junto con Marrakech, Meknes y Rabat forma parte de las ciudades imperiales marroquíes y ha sido tres veces capital del reino. La primera, en el año 808 con Idriss II, que culminó el sueño de su padre de crear una gran capital que sustituyera a la modesta Oualili (Volubilis) del tiempo de los romanos, la segunda, en el siglo XIII con los Merínidas y, la tercera, en el XIX bajo el reinado de Moulay Abdalllah.
En Fez impresiona, ante todo, su inmensa medina, la llamada Fez el Bali, la ciudad antigua. Ocupa 350 hectáreas, el equivalente a otros tantos campos de fútbol, toda ella es Patrimonio de la Humanidad y se dice que es la zona peatonal más grande del mundo. Para captarla en toda su dimensión, lo mejor es observarla desde lo alto, en el Hotel des Mérinides en El Kolla, situado en la ciudad nueva y propiedad, según se dice, de Lalla Salma Bennani, reina de Marruecos, cuyo retrato figura por todas partes en el amplio hall del hotel.
Desde esta atalaya se vislumbra, tras las murallas, el laberinto de calles, zocos, cúpulas, minaretes y patios, que en esta ciudad intelectual y artesana, refinada y sensual, se esconde. Tras los anónimos muros de adobe, también se encuentran palacios, mansiones, escuelas, mezquitas y jardines. Pero tras esa primera impresión falta tiempo para sumergirse en el laberinto, un laberinto donde todas las pasiones están permitidas.
Herencia andaluza
De camino hacia una de las puertas de la medina, se bordea el Barrio de los Andaluces, donde hace más de mil años se asentaron los andaluces procedentes de la España musulmana del siglo IX, que trasladaron a esta orilla del Mediterráneo su arte y su avanzada civilización que se muestra con especial esmero en la Mezquita de los Andaluces, caracterizada por su minarete verde y blanco.
No es ésta, desde luego, la única mezquita ni la más importante: la más famosa es la de Karaouiyine, el centro de enseñanza más antiguo del mundo occidental y con una de las bibliotecas más ricas del mundo, y la mayor de Marruecos hasta la construcción de la moderna mezquita de Hassan II en Casablanca, con capacidad para más de 20.000 fieles; y tal vez la más elegante es la gran madraza Bou Inania, construida en el siglo XIV, con adornos de madera de cedro y estucos esculpidos, ornamentada de mármol y ónice. Pero los nesrani, los no musulmanes tendrán que conformarse con vislumbrar alguno de sus patios porque tienen prohibida la entrada, ni siquiera descalzándose. Tampoco puede visitarse uno de los santuarios más sagrados de la ciudad, la zaouia y tumba de Moulay Idriss II.
Muy cerca está la Place el-Nejjarine donde se erige la fuente más bonita de Fez, con bellos mosaicos y el fondac o caravansar el-Nejjarine, que alberga el pequeño Museo de la Madera. La madraza el-Attarine roza el refinamiento de la decoración de Bou Inania y también cuenta con unas magníficas vistas desde la azotea. El recorrido sigue en el antiguo palacio Dar Batha, de estilo arábigo andalusí, que en la actualidad es un museo que no hay que perderse. Dedicado a las artes y tradiciones de Fez, allí se puede apreciar la producción de una ciudad célebre por la destreza de sus artesanos. Este museo también forma parte de los lugares donde se exhiben los artistas en el festival de las Músicas Sagradas del Mundo, que se celebra cada año en junio.
Zocos y talleres
Pero aunque haya muchos y muy bellos monumentos en la medina, su auténtica alma se encuentra en los callejones, a veces de solo 60 centímetros de ancho, y los sucesivos barrios de los artesanos: el barrio de los afiladores, el de los zapateros, el de los alfareros, el de los tintoreros, entre otros muchos. Aquí hay que perderse en ese mundo de sensualidad que es Fez, una ciudad para vivir, para oler, para imaginar… Es un mundo casi medieval en el que sobreviven las viejas profesiones medievales: orfebres, caldereros, hojalateros, tejedores, tintoreros, talabarderos y curtidores organizados en gremios, como hace siglos.
No es fácil orientarse, en realidad lo fácil es perderse, pero es que Fez se encuentra al perderse. Aunque hay dos o tres arterias principales que cruzan la medina, casi enseguida uno hace un giro, o sale de una tienda en sentido contrario y se encuentra en un lugar desconocido. No importa, hay que seguir, alguna vez se llegará al final del camino. Las calles se cubren de cañamazos que filtran la luz y apelmazan los olores. Suben y bajan burros y carretillas, los únicos vehículos que pueden circular, ancianos de aspecto bíblico, mujeres ataviadas en sus kaftanes de seda, estudiantes y mendigos, turistas, padres de familia, adolescentes pizpiretas y una divertida chiquillería y los llamados “faux guides” que serán clave para dar con lo que se ande buscando.
Y, entre el barullo, está el ruido constante de las alhóndigas, donde sierran, funden, martillean o echan chispas; de vendedores que anuncian la mercancía a gritos, aguadores con campanillas de bronce, conductores de asnos avisando al grito de belek, belek para dejar el paso libre, móviles de politonos inauditos, muecines que canturrean con mayor o menor inspiración desde sus minaretes, radio-hits del pop magrebí… Y también los olores de los puestos de especias, de verduras, de pescados, de las carnicerías que exhiben cabezas de camello goteando sangre, anunciando uno de sus manjares. Y los de los hornos donde acuden las mujeres veladas con su masa para cocer o sus pasteles recién elaborados y los de los puestos ambulantes que sirven la tradicional b´sara, una sopa de ajo y judías especialidad fasí.
El patio de curtidores
Pero sin duda el olor de la medina de Fez es el de las tenerías que curten y tiñen los cordobanes que llevan cinco siglos dando fama a Fez. El intenso hedor se distingue desde lejos y antes de entrar en alguna de las tiendas que rodean el patio, te obsequian con un pequeño ramillete de jazmines o unas hojas de hierbabuena que apenas mitigará la mezcla de las pieles crudas, que primero se tratan con cal viva para eliminar los restos de carne y grasa que puedan llevar adheridos, y los componentes esenciales que se usan para teñirlas de mil colores: heces de paloma y orina de vaca con ceniza. Aunque luego se añadan, siguiendo la tradición de solo utilizar productos de origen natural, cromo, tanino, alumbre, índigo, azafrán y amapola para darles color, el aroma no cambia mucho.
Pero el espectáculo supera todos los inconvenientes. Desde las terrazas de las tiendas de artículos de piel, se observa el duro trabajo que ha variado muy poco desde la época medieval, y las condiciones higiénicas y de seguridad que han variado igual de poco. Es una combinación multicolor que parece salida de un artista del cubismo. En la curtiduría Swara, la más grande de las cuatro que actualmente existen en la Medina, los curtidores, a veces niños o adolescentes, se sumergen hasta las rodillas en las tinajas de colores y pisotean las pieles de oveja, cabra, buey o camello hasta que se impregnan completamente, luego, con considerable esfuerzo porque han multiplicado su peso, las ponen a secar al sol, a un sol que en verano puede ser de 50 grados.
El resultado final son unas pieles de gran suavidad, color uniforme y apreciada calidad. El cuero marroquí, en particular el cuero fasí elaborado en Fez, está considerado desde hace siglo el mejor del mundo, y el curtido de las pieles era y sigue siendo una fuente de riqueza, como recuerda un proverbio árabe «dar dbagh dar dhab», algo así como «la curtiduría es una mina de oro». Los tintoreros mezclan las lanas de colores, el curtidor pisotea a cielo descubierto las pieles que la marroquinería se encargara de embellecer de finas incrustaciones para la encuadernación de libros.
La medina secreta
Ya de regreso, tras una jornada de vivencias únicas, todavía aguardan algunas sorpresas. Están escondidas tras los sobrios muros de las madrasas y mezquitas, ocultas al final de estrechos callejones, en refugios secretos detrás de anodinas puertas. Y se descubren como el tesoro de Alí Babá tras pronunciar las palabras mágicas. Son auténticos palacios y oasis de calma en los que la vida doméstica se hace puertas adentro y las casas se organizan en torno a un patio. Muchos de estos edificios históricos que hacia fuera son paredes anodinas y dentro muestran joyas arquitectónicas, se han convertido en riads y hoteles tradicionales.
Y para reconciliarse con el cielo protector, oculto durante todo el recorrido por la medina, los jardines públicos de Boujeloud, los disfrutan a la hora del paseo los fasíes de toda la vida o los del mítico hotel Palais Jamaï, que sobrevuelan la medina y hay que verlos al atardecer. En esta zona lo mas destacado es su Palacio Real, con sus magnificas puertas doradas, y el barrio judío, o Mellah con su impresionante cementerio.