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Diez datos fundamentales para comprender Taiwán

Mar 28, 2018
Taipei de noche.
Enrique Sancho

Taiwán es el país más joven de Asia, aunque como tal país apenas es reconocido por dos docenas de otras naciones, sobre todo las de Centroamérica. Se encuentra en la parte occidental del «borde de fuego» del Pacífico y a un salto de la China continental. Los movimientos tectónicos continuos han creado picos majestuosos, colinas y llanuras, cuencas, costas y mil paisajes naturales. Estos son algunos datos que sorprenderán y justificarán la visita a este destino un tanto insólito.

Con más de mil años a cuestas es la más joven de Asia
Conocida como Formosa, así bautizada por los colonos portugueses, la isla y otras cercanas han estado, desde 1949, bajo el régimen político de la República de China el estado que gobernaba toda China hasta el final de la guerra civil entre el Kuomintang y el Partido Comunista de China, cuando este último se hizo con el poder en la China continental. El triunfo de los comunistas de Mao Zedong sobre los nacionalistas de Chang Kai-shek hizo que los seguidores de éste se refugiaran en Taiwán, produciéndose la llegada a la isla de unos dos millones de chinos continentales. Desde entonces ambas naciones se proclaman como la auténtica China y mantienen un cierto equilibrio inestable, sostenido por la atenta mirada de Estados Unidos. Aunque su historia es milenaria, Taiwán huele a nuevo y a limpio, muy limpio. Sus rascacielos parecen recién construidos; su capital, Taipei, recién motorizada (un millón de motocicletas se agolpan como enjambres ante los semáforos); sus carreteras, recién trazadas; sus túneles, recién excavados, y sus cadenas montañosas, recién estratificadas. Parece un adolescente capitalista, cosmopolita y amante de las marcas, aunque con la estética japonesa actual como referencia y las tradiciones chinas en el espíritu.

Taipei desde el cielo y a pie de tierra
Taiwán tiene una superficie de 30.000 kilómetros cuadrados similar a la de Cataluña o Galicia, pero con más de 23 millones de habitantes cada uno de ellos con una sonrisa permanente seduciendo al viajero, y situada como una de las 20 potencias económicas mundiales. Con 634 personas por kilómetro cuadrado, Taiwán presenta la segunda densidad demográfica más alta del mundo, después de Bangladesh. Para colmo, el 75% de su población se concentra en las ciudades, como Taipei o Kaohsiung; algunas, encerradas entre colinas, crecen hacia el cielo en modernos rascacielos. Su símbolo más destacado es la torre 101 (léase uno-cero-uno), que con sus 508 metros de altura y 101 pisos, permite que sea visible desde muchos puntos de la ciudad y es un lugar habitual de encuentro tanto para los viajeros como para los locales. Fue el edificio más alto del mundo hasta la inauguración en 2010 de la Burj Khalifa de Dubai, de 818 metros. Desde el cielo se contempla a vista de pájaro futuristas construcciones inteligentes que conviven con edificios de estructura arquitectónica clásica china, como el Museo del Palacio Nacional, que acoge una de las colecciones de arte chino más hermosas del mundo (con 608.985 reliquias culturales que fueron sacadas del continente por los disidentes de Mao o donadas posteriormente), o el Monumento Conmemorativo a Chiang Kai-chek, en una plaza faraónica flanqueada por el Teatro Nacional y la Sala de Conciertos Nacional. Ambos son visita imprescindible.

Tecnología puntera… donde menos se espera
Taiwán tiene fama de poseer y ofrecer tecnología de vanguardia en casi todos los campos, buen ejemplo de ello es que aquí se fabrican casi todos los componentes del iphone. Su alto nivel se comprueba a veces en elementos un tanto insólitos. Por ejemplo en hoteles como el Grand Mayfull de Taipei, o el Eastern Plaza Shangrila de Tainan se descubren en los aseos, concretamente en el inodoro. Uno se acerca a la taza del wáter que detecta la llegada del usuario y abre automáticamente la primera tapa; cuando uno se sienta en la segunda comprueba que está calentita. A un lado hay una especie de pequeño ordenador que permite regular la temperatura, arrojar agua al terminar, seleccionar tres tipos de chorritos también calientes que lavan las partes íntimas, otro chorro de aire las seca y finalmente, una vez limpio el inodoro, una luz interna permite comprobar el resultado. Lo dicho, tecnología puntera en lugares insospechados.

Tofu.

Comer con la nariz tapada… y aún así
En la amplísima variedad de comidas taiwanesas destaca un plato cuyo nombre lo dice todo: Stinky tofu: que traducido significa ‘tofu apestoso’. Antes de llegar al lugar donde los venden, generalmente en los mercadillos al aire libre, su tufo insoportable lo delata, anulando cualquier otro aroma que el resto de las comidas desprende. La base es harina de soja fermentada que se fríe en aceite muy caliente y se mezcla con salsa agridulce, quedando con una capa externa crujiente y por dentro muy suave y esponjoso. Hay dos tipos de stinky tofu bien distintos: el frito, que generalmente viene acompañado de repollo en conserva y salsa picante o agridulce, y la versión en sopa, que tiene un olor a podrido insoportable pero cuyo sabor a muchos les entusiasma (debo confesar que no me atreví a probarlo). Afortunadamente la variedad de comida taiwanesa es enorme y hay mucho donde elegir.

Comprar y comer en los mercadillos nocturnos
Si por algo es famosa Formosa -nombre que los colonizadores portugueses dieron a la isla- es por sus mercados nocturnos. Después de la hora de salida del trabajo o de la escuela, se llenan de gente para degustar todo tipo de platillos, comprar ropa o simplemente pasear. El espectáculo visual es único pero destaca más el olfativo. Sus calles están impregnadas de perfumes, aunque alguno impresiona desagradablemente a la nariz occidental, como el mencionado stinky tofu. En contraposición, ingredientes como el cerdo, el pato, el marisco, el arroz y la soja sirven de base a deliciosas y olorosas recetas herederas de las cocinas de Cantón, Pekín, Szechuan, Shanghai, Hunan y Mongolia. Y en todos ellos, además, hay puestos de moda, relojes o electrónica que comparten espacio con chiringuitos de dumplings, pastelillos dulces y salados, crepés taiwaneses… eso sí, todo apto para el estómago del turista, porque la limpieza que impera en la isla también reina en las cocinas. Y no hay que olvidar las omnipresentes maquinitas caza ositos con unas pinzas donde los taiwaneses y algunos turistas se dejan fortunas. También esto lo hay a miles.

Modernidad y buena vida en Kaohsiung
La segunda ciudad más grande de Taiwán es un centro industrial pero también uno de los grandes focos de cambio, renovación y creatividad en el Extremo Oriente, repleto de posibilidades interesantes. No en vano ha sido elegido entre los diez destinos de 2018 según la prestigiosa lista de Lonely Planet. En 2018 inaugura un gran centro artístico y recinto musical de 100.000 metros cuadrados con plazas adornadas con higueras de Bengala y pasarelas acariciadas por las olas en el paseo del puerto de Kaohsiung, escaparate taiwanés de arquitectura experimental. A esto se sumará una espectacular terminal de cruceros, una moderna red de trenes ligeros con 36 estaciones que conectará estos puntos de interés con el resto de Kaohsiung y, en el interior, en la ruta Xiao Gangshan, los excursionistas podrán ver el estrecho de Taiwán desde un nuevo puente cubierto de 27 metros de altura. Kaohsiung es una ciudad con multitud de cafés, divertidos garitos de jazz, parques y bosques junto al mar, playas que bordean la zona urbana y pueblos pesqueros en los alrededores como Cijin, al que se llega fácilmente en ferri.

Desconocida y sorprendente Tainan
No muchos viajeros llegan a Tainan, la antigua capital de Taiwán durante la dinastía Qing y una de las ciudades de mayor antigüedad, que se ha transformado en una urbe moderna en la que confluyen industria, comercio, historia y cultura. También constituye el enclave donde más cultos religiosos se practican, con más de mil templos. Terminado en 1666, el Templo de Confucio es uno de los edificios más antiguos e históricamente importantes en Tainan, ya que sirvió como la primera escuela oficial de Taiwán. Además de deleitarte con la arquitectura tradicional y recitar tus oraciones, puedes relajarte bajo los grandes árboles de Banyan donde encontrarás gente haciendo tai chi y otras actividades en el parque. Visita imprescindible también es el Museo Chimei con una enorme colección privada de obras de arte e instrumentos musicales y Fort Provinitia, un puesto de avanzada holandés durante la época en la que el país europeo controlaba Formosa. Pero el auténtico Tainan se encuentra escondido detrás de las fachadas de cinco pisos de los edificios del centro de la ciudad, en los callejones de la parte central que se alejan del caos y se dirigen a algunos de los barrios más antiguos. Destaca en particular, la Zona Cultural Zhen Bei Fang, que es uno de los barrios mejor conservados y próspero enclave hipster lleno de encanto tradicional.

Mucha naturaleza en un espacio pequeño
Pese a su pequeña extensión (400 kilómetros de Norte a Sur y 145 de Este a Oeste en su punto más ancho) es una de las pocas islas con altas montañas en la zona tropical. Dos terceras partes de su territorio están cubiertas por cadenas montañosas, favorecidas con un suelo fértil y lluvias abundantes. Su Montaña de Jade es el pico más alto en Asia al este del Himalaya. Casi el 20% de la isla está protegida y da cobijo a siete parques nacionales, 19 reservas naturales y seis reservas forestales. Los adornan playas de arena fina, ríos cortos y caudalosos y corrientes de aguas sulfurosas que nacen en manantiales termales, como las de Guanzai y Yilan. Pero la variedad climatológica que favorece tanta diversidad también es traicionera: Taiwan se sitúa en uno de los corredores de los tifones asiáticos, que circulan por su suelo entre mayo y octubre con efectos devastadores en ocasiones.

Paraíso de las aguas termales
La situación geográfica de Taiwán, entre placas tectónicas, ha creado las condiciones perfectas para que a lo largo de la isla asiática florezcan más de cien lugares en los que disfrutar de baños termales. Cada fin de semana los manantiales en los que está permitido el baño se llenan de turistas y locales ávidos por poner sus cuerpos en remojo y disfrutar de los saludables beneficios de estas aguas que son ricas en carbonato de sodio, hierro o azufre, entre otros. Sin salir de Taipei el viajero puede visitar algunas de las más famosas, como las de Beitou, uno de los distritos de la capital taiwanesa. Más allá de su capital, la isla cuenta con un sinfín de lugares para relajarse y dejar que la piel se arrugue como los garbanzos. En el Este se encuentra Ruisui, un pequeño municipio rural salpicado por decenas de alojamientos con aguas termales propias y un pintoresco sabor tradicional. En dirección Sur se llega a Chihpen, otro de esos poblados inundados por manantiales de aguas cristalinas habilitados para el baño. La cultura termal es tan mayúscula en Taiwán que hasta cuenta con un museo propio sobre el tema. Ubicado en Beitou, el museo de las aguas termales ofrece un recorrido por la historia y las prácticas de estas zonas tan intrincadas en el imaginario taiwanés.

Homenaje a los faroles y las linternas
El Festival de las Linternas es, sin duda, la principal fiesta de Taiwán. Con ella se conmemora el final del Año Nuevo Chino y se rinde una especie de homenaje en forma de figuras de alambre y tela con iluminación interior al animal que preside cada año, en 2018 es el perro. En el pasado, las linternas festivas se mostraban frente a cada templo principal, y si la gente quería apreciarlas, tenían que correr de un templo al siguiente. Ahora el Festival cambia cada año de sede, el último ha sido en Chiayi al sur de la isla, cuyo principal monumento es un gigantesco zapato de cristal azul que sirve de marco para las bodas. Además de las linternas temáticas principales, cuya forma se basa en el animal zodiacal chino del año, hay cientos de figuras que muestran el arte de la linterna, y reflejan las diferentes culturas y costumbres de las aldeas locales de todo Taiwán. Las linternas y faroles son un elemento muy importante dentro de la cultura china. Se cree que se originaron a partir del año 250 a.C, siendo los primeros aparatos portátiles de iluminación de la civilización. Este origen milenario las hace protagonista de muchas celebraciones y rituales contemporáneos que buscan reavivar y mantener vigente las tradiciones más primitivas de la cultura asiática.

Por VELT

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